viernes, 9 de noviembre de 2012

viernes, 2 de enero de 2009

miércoles, 31 de diciembre de 2008

My blueberry nights

DIRECCIÓN: Wong Kar-Wai, Lawrence Block
MÚSICA: Shigeru Umebayashi
FOTOGRAFÍA: Darius Khondji
REPARTO: Norah Jones, Jude Law, Natalie Portman, David Strathairn
COPRODUCCIÓN: Hong Kong-China-Francia



Speaker´s Corner : Eight days a week

“Ocho días a la semana” –decía una canción de los Beatles– “no bastan para mostrarte cuánto me importas”. Cuando escuché por primera vez la noticia de las 60 horas semanales, a pesar de la temperatura ambiente –debía ser verano o, al menos, primavera– miré instintivamente el calendario, convencida de que era 28 de diciembre. Lo digo completamente en serio: a veces los informativos hacen cosas así. Lo primero que hice entonces fue calcular mentalmente si una semana tiene esa cantidad de horas productivas. Sí, me diréis que muchos de nosotros trabajamos sesenta horas y más, que cuando volvemos del trabajo continuamos en casa, estoy de acuerdo. Pero a lo que vamos: una semana de sesenta horas de trabajo nos obliga a estar en activo diez horas diarias, de lunes a sábado. Aquellos que sean creyentes, naturalmente, querrán descansar en domingo (o en sábado, si pertenecen a otro credo). Y los que no, sencillamente, tienen que hacerlo para poder seguir rindiendo. En Madrid, por ejemplo, un porcentaje muy grande de los trabajadores tardan entre cuarenta y cinco minutos y hora y media en llegar hasta su lugar de trabajo, tanto por lo dilatado de las distancias como por los problemas de tráfico o por la mala combinación de transporte público. Los colegios funcionan hasta las cuatro o las cinco de la tarde, y las horas de guardería, que se pagan aparte, casi nunca abarcan la jornada laboral de los padres más el tiempo de desplazamiento. Los maestros y los psicólogos nos dicen que tenemos que pasar más tiempo con nuestros hijos, con nuestras parejas, que debemos ralentizar el ritmo, dormir ocho horas y escucharnos más. En Estados Unidos (donde respetan, en general, los horarios laborales) la cosa está tan mal como para que la gente recurra a fórmulas como los bares para ligar, las citas de ocho minutos para encontrar pareja, y otros inventos marcianos para relacionarse, a falta de lo normal, que es salir de copas cuando acabas de trabajar. España, el país europeo donde más horas se trabaja, es también el país europeo donde menos se rinde. Por no hablar de la alergia que provoca todavía, a muchos empresarios medios, la mención del teletrabajo o los contratos a tiempo parcial: parece que el mejor empleado es el que más horas pasa en la empresa, aunque no sean productivas. Y por no hablar del fenómeno del mileurismo, porque no me quedó claro si teníamos que trabajar sesenta horas a la semana por novecientos euros brutos, pagando cuatrocientos o quinientos de guardería para el crío. Esto no sólo nos aleja de la sociedad del ocio, de la que tanto se hablaba hace unos años, sino que nos convierte en una sociedad mucho más cerrada y egoísta: ¿no es mejor contratar a dos recepcionistas, uno de mañana y otro de tarde, y así damos trabajo a dos personas, al tiempo que cubrimos un horario de servicio más amplio? ¿no es mejor reducir las jornadas y repartir el poco tajo que hay? ¿No hubo, hace no mucho tiempo, una serie de encarnizadas peleas destinadas a mejorar los derechos de los trabajadores? Ahora, con la distancia, estos postulados nos pueden parecer rancios, pero volvamos la mirada atrás y agradezcamos al movimiento sindical (tintes ideológicos aparte) lo que hizo por nosotros. ¿Nos hemos olvidado ya de las estampas de la Revolución Industrial? ¿Nos hemos olvidado ya del sin par Chaplin, girando todavía las tuercas cuando iba caminando por la calle, de vuelta a casa, en Tiempos Modernos? Espero que no. Espero que, al fin, prevalezca la cordura.
Amelia Perez de Villar

martes, 30 de diciembre de 2008

Libro de ciencias

Edición de Eduardo Vilas
451 Editores
262 páginas

La continuidad del libro como cuerpo cierto lleva debatiéndose algún tiempo: una legión de seres prácticos defiende las nuevas tecnologías como soporte más cómodo y, sin duda, con más futuro para esta fuente de sabiduría y de placer, frente a otra, no menos nutrida, de abanderados del libro como objeto. Tal vez por eso, a la par que surgen formas paralelas de difusión, las editoriales siguen cultivando y cuidando el formato con el que hemos crecido la mayoría de nosotros. Muchas editoriales lo saben, pero en esta ocasión me gustaría hablaros de un libro de 451 Editores, al mando de Javier Azpeitia, que dedica una de sus colecciones a recopilar relatos o fragmentos de clásicos, con denominador común, bajo un título significativo. Después del Libro de amor o el Libro de magia y brujas, entre otros, Eduardo Vilas recoge en un volumen bellísimo, titulado Libro de Ciencias, una serie de relatos y fragmentos organizados por temas: Ciencias Formales (Lógica y Matemática), Ciencias Naturales (Astronomía, Biología y Física, entre otras), y Ciencias Sociales (Sociología, Historia o Antopología, por citar alguna). A cada una de ellas corresponde una obra literaria: en Química tenemos un relato de Lovecraft, en Antropología se encuentra el famoso El Matadero del argentino Esteban Echeverría y en Ciencias Políticas un cuento del autor de La Regenta, Leopoldo Alas “Clarín”. Al comenzar cada apartado encontramos una ilustración de algún pintor célebre, maravillosamente reproducida; os cito a algunos: Francis Bacon, Van Gogh, Kandinski, Diego Rivera, William Turner... Todo ello en un papel que es un goce acariciar. Os lo recomiendo porque es un libro de esos que tienen que estar en la estantería, para cuando tenemos un rato de relax reeler a los clásicos (¿qué tal Hermann Melville?) sin los inconvenientes de las ediciones antiguas y para que los más jóvenes se aficionen a ellos. Además, la filosofía integradora de este volumen queda clara en el prólogo de Vilas, que aboga por “la capacidad de abstracción de los hombres sobre el mundo, para nombrar al mundo, ya sean de ciencias o de letras”.
Amelia Perez de Villar

ULM: A pousada do mariñeiro. Redes.

Este lugar en el mundo es un regalo para los lectores de viernes. Pero tenéis que prometer que guardareis el secreto porque tenemos que conseguir mantener el encanto. Debéis dirigiros a poniente hasta que alcanzáis el Campus Stellae. Un poco más allá en lo que ahora llaman la provincia de A Coruña, buscareis la Ría de Ares. ¿Vais por tierra o por mar?. Por mar veréis unas casitas en la costa entre dos playas. Las casas tienen unas escaleras que facilitan el acceso, pero si cogéis la rampa del muelle, llegáis directos a este ULM. Por tierra, hay que buscarlo, debéis seguir las indicaciones que llevan a Redes, un pequeño pueblecito de pescadores. Cuando estéis en el pueblo, seguir la única carretera que lleva al puerto.
Allí hay un bar... bar. Es que no se puede decir nada del bar. Pero cuando hace sol y miras la ría desde la terraza –que no es una terraza, sino unas sillas en el muelle- y los barcos navegando y llegando poco a poco las barcas al pueblo y Pontedeume al fondo y las escaleras de las casitas y la gente del pueblo y las redes y los niños.... Yo siempre pienso que ese es mi lugar en el mundo.
Pero como tengo que ir siempre en invierno, ¡casi nunca lo puedo disfrutar!

El Rey Gaspar

NYC

Recuerdo cuando Nueva York estaba muy lejos. Cuando Nueva York era Jesús Hermida... Desde entonces han pasado muchos años. Y aunque tengo que aceptar que los continentes no se han acercado físicamente, hay más vuelos, yo he crecido y he podido ir unas cuantas veces a la única ciudad de Estados Unidos (y una de las pocas de nuestro primer mundo) que me atrae irrefrenablemente. Lo que tiene de bueno y de malo NY es que nos gusta a todos. A culturetillas y fashionists, a proeuropeos y proamericanos, intrépidos y conservadores, a buscadores de museos y consumistas desmedidos. NY cambia y nosotros cambiamos. Ahora se defiende el Greenwich Village y todavía recuerdo la primera vez que entré en Limelight (que entonces era la discoteca más famosa del mundo). Nos gusta NY con buen tiempo porque puedes disfrutar Central Park, pero aunque sea el sitio dónde he pasado más frío en mi vida, no cambio el encanto de NY nevado. He visitado las Naciones Unidas y el Puente de Brooklyn, pude subir al World Trade Center antes de que desapareciera y he visto el Guggenheim verdadero, el de Wright. Pero ahora ya sé cuál es mi sitio en NYC y no pertenece a las tendencias ni a la arquitectura moderna. El templo de la pintura, el Sancta Sanctorum de la belleza, es un palacete de la 5ª a la altura de Central Park. Alberga la Frick Collection que es la concentración de obras de arte más exquisita que he visto en mi vida. Ahora siempre quiero volver allí.
Ana Ruiz